jueves, abril 12, 2007

A propósito de mankakis.

Hoy es un día de sol radiante, miro por la ventana y veo que la gente anda vestida de verano estamos en pleno otoño, parece que el calentamiento global y Al Gore están aquí.
Es un agrado sentir altas temperaturas para esta época del año en que todo se pone de color grisáceo, aunque la rinitis producto del cambio de temperatura me tiene cansada, no paro de sonarme y me acuerdo de no haber preguntado por la vacuna de la gripe en la farmacia ;son los clásicos preparativos para esperar el invierno.
Antes de sentarme, me preparo una taza de manzanilla con miel y un plato de mankakis que me trajo mi mamá de la parcela, al mirarlos me acuerdo patente de ese árbol que estaba en la mitad del patio del colegio en que hice la enseñanza básica. Las monjas se preocupaban de ponerle tutores para afirmar la fruta, ya que al caerse se reventaban en el suelo cuando estaban muy maduros. Los recuerdos son muchos, era precisamente un colegio en que la excelencia académica no tenía importancia.
Recuerdo mañanas enteras en la capilla escuchando como una monja tocaba el armonio, ya que era la profesora jefe y nos hacía todos los ramos del resto del día, por lo tanto en vez de hacer clases nos llevaba a rezar y a escucharla tocar el instrumento en cuestión.
Por supuesto, aguanté algunas clases el resto me fugué y me escondía en el baño, debo haber estado en cuarto básico. Hasta que me pillaron y llamaron a mi apoderado , es decir a mi santa madre. Por suerte, siempre fue muy criteriosa con respecto a las tonteras que hacía en el colegio, bastaron mis argumentos que por lo demás bastante sólidos; qué niño a esa edad puede soportar a una monja tocar el armonio por semanas y semanas para que mi madre encontrara inaceptable tenernos a todas sentadas como momias y no recibir ninguna sanción , solamente ¡no lo hagas de nuevo! Lo que me parece paradójico es la actitud de los padres de ese colegio en ese entonces, nadie reclamaba ni chistaba, se conformaban con las notas de la libreta y como eran buenas ,todos felices. La calidad de los profesores no era cuestionable ni solo pensar si se trataba de una monja.
Ahora en el 2007, las cosas son simplemente distintas, la calidad en la educación tiene gran relevancia. Aunque, con las nuevas reformas de no exigir examen alguno volvemos al pasado estoy hablando de más de 30 años. Me preocupa la socialización de la educación , existe un enorme retroceso con estos cambios y más aún se acrecienta la diferencia social y económica, porque los colegios privados seguirán privilegiando la excelencia académica, sin embargo las escuelas públicas que en algún momento pudieron aspirar a mayores resultados se verán estancadas, por culpa de algunos cerebros grandilocuentes de este gobierno que va de mal en peor.

miércoles, abril 04, 2007

Me da tirria

Todo empezó por un plato de sopa .

En veinte años no fuí capaz de darme cuenta que a mi marido no le gusta la sopa, para él es sopa de verduras y para mí es crema. Siento una gran frustración al no poder aún descifrar sus gustos, después de tantos años en que hemos compartido lo dulce y agraz.

Cuando me aparece la rabia me doy cuenta del legado que dejaron mis padres y abuelos en mi personalidad. Aunque sería la mujer más feliz del mundo si pudiera corregir por completo este sentimiento, que en reiteradas ocasiones me ha llevado al caos total.

La rabia autodestructiva nubla la mente, no somos capaces de salir adelante y toma el control de nuestra vida. Cuando nos domina se convierte en autodestructiva. Clásicos ejemplos dolor de cabeza, problemas intestinales, gastritis, colon irritable, dolores cervicales, quién no ha somatizado alguna vez y todo producto de la ira.

Por lo general cuando no nos dejamos pisotear, hacemos pebre al del lado . Esto sucede porque necesitamos reafirmar el yo interno , generalmente la razón es una educación muy autoritaria
o padres violentos y tendemos a reproducir lo mismo. Nadie nos enseñó a canalizar la rabia. Cuando adultos los resentimientos pueden ser la base de futuros conflictos. Las emociones siempre nos avisan de lo que nos duele.